21/2/10

El ejemplo de Randi Pausch


"Ayudar a los demás a construir sus sueños es incluso más divertido que alcanzar los propios".
En la vida “No podemos cambiar las cartas que se nos reparten, pero sí cómo jugamos nuestra partida”
Estas dos frases pueden representar a tantas otras que me han conmovido al conocer la historia de Randolph Frederick Pausch, un profesor universitario que supo, a sus 47 años, que un cáncer de páncreas, contra el que estaba luchando desde dos años antes, había hecho metástasis por todo su cuerpo y sólo le quedaban unos meses de vida. (Wikipedia – BlogAlternativo)
Lejos de hundirse en la desesperación, decidió vivir plena y felizmente ese tiempo restante y dejar un testimonio de sí mismo para que sus tres hijos (de 5, 3 y 1 años en ese momento) pudieran conocerlo cuando fueran mayores.
Pare ello, en septiembre de 2007, ante un auditorio de 400 personas en la Universidad  Carnegie Mellon de Pittsburgh (USA), el profesor Randy Pausch dio una conferencia optimista y vital titulada "Alcanzar realmente tus sueños de la infancia", en la que, en vez de hablar sobre su enfermedad y la muerte, trató sobre sus sueños. De este modo, asegurándose de que la conferencia sería grabada, se garantizaba que el testimonio de su vida llegaría a sus hijos: “Estoy intentando meterme en una botella que un día aparecerá en la playa para mis hijos”.
Esta forma de afrontar la muerte ha dado lugar a muchas obras. La directora de cine Isabel Coixet dirigió 'Mi vida sin mí', una película, basada en un relato de Nancy Kincaid, sobre una mujer que, ante el conocimiento de una enfermedad terminal, adopta una actitud vitalista y decide actuar y hacer ciertas cosas a favor de la vida, antes de su muerte.
Quien sepa inglés puede ver la conferencia de Pausch completa (dura 76 minutos); quienes no tengan esa suerte, pueden ver subtitulados en español un resumen de 10’, realizado por Randy mismo en otro momento, o nueve fragmentos de unos 9’ cada uno: primerosegundotercerocuartoquintosextoséptimooctavo noveno.
No se me oculta que es tarea para algo de tiempo, pero estoy seguro de que quien lo emplee no se va a arrepentir.

4 comentarios:

VicenteP dijo...

Me gusta poco el frecuente exhibicionismo yanqui sobre asuntos personales, así como ese amplio histrionismo al que tan aficionados son. Así y todo, me parece totalmente respetable la decisión de este hombre de sobreponerse en público al anuncio y exposición, por él mismo, de su cercana muerte. Sobre todo, es encomiable que lo hiciera pensando en dar un futuro ejemplo a sus tres hijos, de muy corta edad para entender la actitud de su padre en el momento de los hechos, y de la defunción.

Casos así -recuerdo ahora el de Carlos Cristos, el enfermo terminal de ELA que grabó el largo documental "Las alas de la vida" sobre su progresivo e indetenible deterioro mortal- me llevan a meditar sobre por qué algo que debiera ser tan normal como afrontar con ánimo positivo la proximidad de la propia muerte se antoja tan extraordinario que se hace digno de amplia difusión en los medios de comunicación de todo tipo.

Para mí está claro: Porque nuestra civilización judeo-cristiana carece de una adecuada cultura de la muerte. La mezcla de la ausencia de una madurez personal real, algo mucho más frecuente de lo que pueda pensarse, más la oscurantista omnipresencia de un extraño dios al que se atribuyen atrabiliarios poderes de premio y castigo, infinitos en dolor y tiempo, por fútiles motivos en demasiados aspectos de las doctrinas religiosas, han conducido durante milenios a una habitual incapacidad anímica de las gentes para enfrentar con serenidad el fenómeno de algo tan inesquivable y evidente como es la muerte de cada uno de nosotros.

Y es una carencia tanto más sorprendente como que la muerte es exactamente la única certeza de que disponenmos a lo largo de nuestra existencia. Es decir, si nuestra civilización ni siquiera ha logrado educarnos para afrontar con serenidad, entereza, moderación y ánimo constructuvo la única seguridad que conocemos... esto es un desastre, somos un bluf, unos cantamañanas, unas sociedades y personas de notables inanidad y pequeñez espirituales.

Indio haber hablado, neng.

Ramón Lara dijo...

Hola, Vicente:
Ya sé que no te gusta que valore tanto tus comentarios, pero te aseguro que me animan mucho a seguir escribiendo en este blog.
A mí también me daba cierta sensación de "pudor" al ver el principio de la grabación, pero entiendo muy bien el deseo de decir a sus hijos algo que en ese momento no pueden entender.
Probablemente sea una necesidad de luchar contra el tiempo, quizá la misma que hace que yo escriba en este blog o que acumule desmedidamente materiales (lectura, películas, vídeos...) que ya sé que no podré acabar de ver o leer, por más que viviera el doble de lo razonable.
Tu comentario me ha hecho volver a ver la película sobre Carlos Cristos, que había visto en su momento sin darle mayor importancia. Ahora, viéndola con otra perspectiva, me ha conmovido profundamente y me ha dado pistas sobre ese tema que, supongo, a todos nos preocupa: el de la trascendencia. Comprobada la imposibilidad de ese "dios" que ha creado nuestra cultura, quizá no quede más posibilidad de no haber vivido inútilmente que haber hecho algunos amigos, haber mejorado (aunque sea poco) alguna situación o haber contribuido a que otra no se deteriore del todo, haber ayudado a alguien en algo (en su educación, por ejemplo)...
En cuanto al tabú sobre la muerte, comparto tu opinión y además lamento mucho que me haya impedido despedirme de algunas personas, antes de que se fueran, decirles lo mucho que las quería, recordarles algunas de las cosas grandes que habían aportado a su entorno...
Y me parece una solemne tontería, porque, en mi experiencia, las personas que se estaban muriendo lo sabían perfectamente, pero "jugaban" a mantener esa simulación, quizá porque comprendían la dificultad de los demás para comunicarse.
Bueno... Estas reflexiones no las había escrito nunca. Ya ves que me tiras de la lengua.
No estoy seguro de querer publicar esto, pero me parece que lo podré quitar después.
Un abrazo.

VicenteP dijo...

Empezaré por el final: Me sorprende que vaciles sobre si publicar, o no, esta reflexión, que a mí me parece normalísima y hermosa; un titubeo que supongo –corrígeme si eso- nacido de un cierto pudor ante la inseguridad que el tema de la muerte produce en nuestro entorno social occidental. Porque, chico, también en nosotros anida, en lo más profundo de esta nefanda educación, en ciertos aspectos existenciales decisivos, que recibimos hace, ay, muchos decenios ya, el iluso bastión anímico fundamental que ha sido siempre huir de la inseguridad o, como poco, no mostrarla, y menos en público. Cómo era posible ser vacilantes cuando teníamos con nosotros al tal Dios, grande y misericordioso, justo y necesario, omnipotente, amoroso y no sé cuántas invenciones más; habría que matizar este aserto, pero la vacilación era incluso pecado, un desaire a ese Dios que -nos aseguraban- infundía a todos fortaleza y certeza indestructibles. Puro fanatismo ideológico. Por el contrario, pocos momentos más bellos, sinceros, humanos y plenos de ternura que aquellos en los que bajamos la fútil guardia y admitimos que sí, que la inseguridad en según qué temas vidriosos forma parte de nuestro bagaje existencial más auténtico; y que no pasa nada porque eso sea así, por el contrario es, a mi entender, un timbre de dignidad y conmovedora belleza. En fin, dejemos esto. En todo caso, valoro y te agradezco mucho esta muestra de confianza que me otorgas al regalarme tu perplejidad e indefensión. Descuida, de esos lastres andamos todos sobrados, puedes estar seguro… y además no son tales lastres, sino cualidades de las más valiosas porque nos hacen verdaderamente humanos.

Sobre esa barrera que, comentas, en tantas ocasiones nos ha impedido despedirnos, con sinceridad y haciendo un somero balance de lo más bello que nos unió a ellos, de los moribundos, es sin duda un tema muy vidrioso y delicado. A grandes rasgos, yo diría que, como esbozas, se abre un foso en esos momentos finales del que ambas partes somos culpables; y surge esa imposibilidad relacional, ese disimulo que todos saben idiota pero nadie rompe, precisamente en los momentos en que más inadecuado es, y cuando lo procedente y humano sería un apoyo mutuo, con especial atención y sensibilidad, sin mimos sobones ni cursiladas, hacia el enfermo terminal. No hemos aprendido a encajar anímicamente que la muerte existe. Es el mundo al revés, somos un desastre de lesa humanidad; muy listillos para amasar dinero u honores, o trabajos y afanes innúmeros, pero incompetentes como seres humanos cuando se precisa tirar de temple y hondura humana. Y encima, para más inri, podemos afirmar con seguridad que quien no sabe afrontar con naturalidad y sinceridad la muerte tampoco supo antes vivir plenamente, de igual modo que quien no sabe vivir la soledad tampoco sabe realmente vivir en compañía.

Termino: Poniéndome crudo -y quizá incluso impertinente-, no es que valores mis intervenciones en este blog… bueno, vale, bien, quizá sí, pero lo que pasa es, fundamentalmente, que si no asomo yo la jeta por aquí te quedas más solo que la una, que esos amiguetes tuyos no parecen dados a compartir reflexiones. Es el jodido aburguesamiento que nos devora y adormece, rediós. En suma, Ramón –aquí pon mentalmente la música- “nos han dejao sooooooolos a los de La Rooooda, por eso cantaaamos de cualquier maneeeera, etc."

VicenteP dijo...

Creo que debo matizar el final anterior, que puede dejar un poso erróneo a quien lea.

No escribo en este blog para echar una mano a Ramón, para dar vidilla a un blog algo languideciente a pesar de los excelentes materiales educativos y de todo orden que el señor ponente acarrea, y que me parecen de agradecer. No escribo aquí para colaborar a que este sitio no muera, ni por hacer un pequeño favor a Ramón.

Escribo en este rincón virtual porque me apetece, me enriquece, porque aprendo cosas, porque los asuntos planteados despiertan mi curiosidad e interés, porque me agrada exponer mis ideas, por supuesto que más o menos discutubles según quien lea, acerca de tales o cuales temas.

Eso es todo, y pido disculpas por haber dejado, quizá, ese tufillo a casposa obra de altruísmo.

Dicho queda, ea.